domingo, 27 de julio de 2008

Cruzarse y separarse



"En la calle Gay Lussac me cruzo con el colombiano que viajó en mi camarote cuando regresé al Perú en 1958 a bordo del Marco Polo. Entonces fuimos muy amigos, vivíamos encerrados en un pequeño espacio, leíamos, fumábamos y bebíamos juntos. Ahora, seis años más tarde, nos cruzamos como dos desconocidos, sin ánimo de sobrepararnos para estrecharnos la mano. No es solamente la fragilidad de la amistad lo que me sorprende, sino la coincidencia de habernos cruzado en París, de haber estado otra vez los dos, aunque sea por unos segundos, ocupando un espacio reducido. El infinito encadenamiento de circunstancias favorables para que este encuentro se produzca. Desde que nos despedimos en Cartagena en 1958 hasta hace un momento en la calle Gay Lussac, todos los actos de su vida y los míos han tenido que estar dirigidos, regulados con una precisión inhumana para coincidir, él y yo, en la misma acera. Cualquier pequeña falla que hubiera ocurrido ayer o hace una semana o hace un año, hubiera impedido este encuentro. En la vida, en realidad, no hacemos más que cruzarnos con las personas. Con unas conversamos cinco minutos, con otras andamos una estación, con otras vivimos dos o tres años, con otras cohabitamos diez o veinte. Pero en el fondo no hacemos sino cruzarnos (el tiempo no interesa), cruzarnos y siempre por azar. Y separarnos siempre."


Extraído del libro "Prosas apátridas" del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro.

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